Las migas
La antigua costumbre (más bien necesidad) de ir a la siega por tierras castellanoleonesas y extremeñas supuso, además de dinero y amoríos, un intercambio cultural y costumbrista entre los pueblos de la montaña y los de la Meseta que, lógicamente, tuvo su reflejo en los modos de cocina. Las migas son un ejemplo.
Las migas, en todas sus variedades (canas, de pastor, muleras, a la media vuelta, molineras, de posada, etc.) son una consecuencia de la exigencia laboral del pastoreo y de la siega: los operarios, si pastores, salían de casa con sus rebaños hacia zonas de pastos; el viaje, a pie, era largo y poco a poco las hogazas de pan se endurecían. ¿Cómo aprovecharlo? Sencillamente migándolo y friéndolo en grasa juntamente con ajos, pimiento, chorizos... Las migas se consumían «en amaneciendo Dios, como desayuno; al ángelus como comida, y al toque de ánimas, cuando el sol se oculta, como cena»: Los hormigos castellanos son un refinamiento de las migas y se elaboran mezclando con ellas huevos batidos, que fríen en sartén cuidando que no se forme una tortilla.
En el occidente astur (Cangas del Narcea, Ibias...) llegaron a tal refinamiento que adoptaron la fórmula de los hormigos (formigos o furmigus) descritos en La Lozana Andaluza: trozos o rebanadas de pan rebozados en huevo, fritos y espolvoreados de azúcar.
En la Asturias antigua era frecuente regalar a la parturienta diversos obsequios nutricios para reponerse del trance (mantequilla, chocolate, una gallina, huevos, hogazas de pan blanco, azúcar...) y ésta, agradecida, invitaba a sus amistades a una merienda de formigos y chocolate. De ahí que cuando se casaba una pareja enseguida se preguntaba: ¿Qué, habrá formigos? La respuesta positiva era señal inequívoca de embarazo.