Sopas y caldos
Los fríos, y en muchos casos la necesidad, obligan a una alimentación cálida y a ser posible sustanciosa y nutritiva. Hay que combatir gripes (que en Asturias se dice trancazu), catarros, debilidades del organismo..., soportar convalecencias y... rellenar el estómago (botiellu). Potajes, cocidos, sopas bien calientes, caldos, etc. forman parte de esa pléyade nutritiva tan utilizada en Asturias.
Quizá sea una herencia de la cultura árabe, pues sabido es el gran aprecio que tenía esa civilización, en casos de convalecencia, por los caldos de gallina negra y joven; cualidades que aún mejoraban si la tal gallina era afónica o ronca. Se decía que Fernando, el Católico gustaba con fruición de las pollas roncas, plato que solía consumir en compañía de su tío el almirante de Castilla.
Las sopas (de ajo, de fideos, de arroz, de hígado, de menudos, de verduras...) siempre fueron consideradas en nuestra tierra como especialmente reconfortantes:
«Siete virtudes
tienen las sopas:
quitan el hambre,
y dan sed poca;
hacen dormir,
bien digerir,
nunca se enfadan,
siempre agradan,
y crían la cara colorada».
Virtud esta última muy importante, puesto que el sentir popular asocia salud con el color sonrosado del rostro: «El que buena cara tien, como quiera Paez bien», dice el refrán.