La Balesquida

Gastronomía de Asturias
Restaurante de Asturias
• • • • •

La Balesquida

Un 5 de febrero del año 1232, reinando Fernando III, el Santo y siendo obispo de Oviedo Juan III, doña Velasquita Giráldez (a quien los ovetenses llaman Belasquida o Balesquida) hizo donación a la cofradía de «alfayates o sastres y otros vecinos y buenos de Oviedo» del hospital que edificara cerca de la torre del castillo y camino de la iglesia de Santa María, «para recibimiento de pobres y necesitados». En la escritura de donación los cofrades se obligaban a pagar cada año quince maravedís al capellán de San Tirso para que celebrara diariamente una misa por el alma de la donante.

Los estatutos de la cofradía tuvieron redacción definitiva el 15 de mayo de 1540 y desde entonces los ovetenses celebran anualmente fiesta de cofrades con gran alegría y solemnidad. La fiesta, inicialmente, se celebraba un domingo de mayo, después paso al martes de Pascua y, ya finalmente, al martes siguiente al domingo de Pentecostés.

Según los viejos estatutos los cofrades pagaban a la entrada de misa, madeja (avellanas y vino) y cera, ordenándose que «habiendo yantar nadie lleve consigo mozo ni moza so pena de tenerle encima del hombro y de estar en pie».

De esta lectura se deduce el menú confraternal: avellanas, vino... y las añadiduras propias de los asistentes.

Pasan los años y en los siglos XVII y XVIII se modifican el recorrido de la procesión y el yantar de los cofrades. Dicen las historias que por esa época la procesión iba hasta la capilla de Santa Ana, en el barrio de Vega, perteneciente a la parroquia de San Pedro de los Arcos; que los cofrades y público asistente «entretenían el largo camino con frecuentes libaciones» y que, ya finalizados los actos religiosos, «almorzaban allí el torrezno, pan de fisga (que es de escanda) y medio cuartillo de vino de pasado el monte». Al sacristán de San Tirso, si durante todo el recorrido llevaba la cruz procesional perfectamente enarbolada, se le premiaba con un azumbre de vino.

En el siglo XIX la procesión limitó su recorrido hasta la capilla de Santa Susana y a los cofrades asistentes se les repartía «un bollo de media libra de pan de trigo y medio cuartillo de vino blanco de Castilla». Continuaba la fiesta en el campo de San Francisco con bailes, meriendas y juerga abundante.

Al día siguiente, miércoles, proseguía la fiesta por la zona de Pumarín donde se rifaba una xata en beneficio de la cofradía y de la organización de la fiesta venidera. Fermín Canella, en su libro Oviedo editado en 1887, recoge una copla que se cantaba por aquellas fechas:

«¿Dónde van los xastres?
Van a Pumarín a beber el vino del señor Pachín».

Actualmente ya no se sirven torreznos con pan de fisga ni media libra de pan de trigo; hoy lo que priva es el bollu preñáu (bollo de pan con un chorizo dentro) y una botella de vino, posiblemente de «pasado el monte» pero que ya no es el recio vino blanco castellano de tiempos antiguos. La fiesta campestre, en últimas versiones, se trasladó al Naranco.