Bautizos y comuniones
Prácticamente se repite la misma historia que para los matrimonios. Lo que antaño fue una fiesta íntima, pasó ahora a ser una fiesta colectiva con más fines económicos que afectivos. Antiguamente, cuando había un nacimiento y posterior bautizo, los padres y abuelos invitaban a los formigos y la madre-parturienta era obsequiada, para reponerse del parto, con alimentos muy nutritivos: chocolate, azúcar, huevos, una gallina, una manteca, queso... y, ya más modernamente, con una botella de un buen vino quinado.
La primera comunión, antaño, guardaba un costumbrismo especial. La celebración religiosa se hacía relativamente temprano por el aquel del ayuno y, así, no obligar a los niños a un hambre innecesaria. Después de la misa, los comulgantes primeros eran obsequiados con chocolate y dulces, especie de común-unión que enlazaba niños y adultos, inocencia y experiencia.
Más tarde, en la casa, que no en el restaurante, se hacía el banquete en unión de familiares y amigos: sopa de menudos, arroz con pollo, carne o pescado, arroz con leche, brazo de gitano...
En la actualidad, a base de reducir misa y ampliar banquete, la primera comunión dejó de ser algo que se celebraba en familia para ser algo a lo que invita la familia. Y con ello se han perdido muchas de nuestras tradiciones.