Las plantas medicinales en Asturias
Es indudable que el asturiano, desde tiempos antiquísimos, usó de las plantas para el cuidado de su salud; en ocasiones, por propia observación y experimentación; en la mayoría de los casos, por aprendizaje en las culturas romana, judía, visigoda y árabe y también a partir de las enseñanzas impartidas en los monasterios.
El primer tratado serio sobre este tema llevado a cabo en el Principado se debe al trabajo de Martín Sánchez Raposo, médico ovetense del siglo XVII y catedrático de Matemáticas de su Universidad. Su obra Catálogo de las hierbas y plantas medicinales más conocidas y celebradas que se hallan en Asturias, con indicación de sus señaladas virtudes fue resumida por el P. Carvallo en sus Antigüedades..., obra de 1695:
«Tuvo Noé, y los suyos, sin duda, gran conocimiento de las virtudes de las yervas, y de otras cosas medicinales para la conservación de la vida, y remedio de las enfermedades. Y en lo que toca a las yervas, el Doctor Martín Sánchez Raposo, Médico de la Ciudad de Oviedo, y Catedrático de Matemáticas en su Universidad, persona de grandes estudios, y experiencias, dize, que no han tenido conocimiento los antiguos, y modernos Arbolarios de yerva alguna que no se halle en Asturias, si se busca con cuidado; y que entiende hay muchas más de grandes virtudes, que no han conocido; y quiero referir algunas de las muy conocidas, y celebradas, que el mismo Doctor me ha dicho se hallan en esta tierra: El Dictamo y Ralcoportico, que antiguamente escusava el Ruibarvo. La Escorçonela, tan celebrada contra el veneno. La Violeta, de que se lleva gran cantidad a las Indias. La Carlina, tan estimada contra la peste, como la experimentó Carlo Magno en la que padeció su Exército. El Cantamo, que es el Alazor. El Cexe, de quien se dice: Quien tuviere el Cexe, no ha menester Maestre. La Calafraga, tan celebrada de Plinio para la piedra. El Resantemon, que por sus medicinas, y virtudes era consagrado al Dios de la Medicina. El Polipodio, Gistra, Ganciana, Valeriana, Lenguabuey, Pentasilon, Escabiosa, Sigiles Salomonis, Niebada, Palmachristi, Bretonica, Celidoria, Centaura, Eufrasia, Persicaria, Ramunculo, Assenjos, Consolda, Berbena, Estrellamar, Sanguinaria, Politrico, Ciento en rama, Pariectaria, Sanfuco, Mejorança, ledrea, Gigantea, Lanten, Marrubio, Oregano, Tabaco, Serpilio, Amaranto, Pompinela, Agrimonia, Eruca, Grama, Hisopo, Virga aurea, que llaman la Yerba de Mendo, y la del Ballestero, Epatica, Lengua Cervina, Cunquillo, Mançanilla, Remaca, Malvarisco, Malgaton, Peonia, Assaraco, Pastinaca, Eneldo, Poleo, Trebol, Eiveta, Cardo santo, y otras innumerables, de que están cubiertos los campos... Hállanse también en ella árboles medicinales, y flores muy preciosas El Palo santo, que llamamos Box; la Çarça, con mucha abundancia; el Romero, el Lentisco, Mirto, Arrayan, Enebro, Granados, Cipreses, Laureles, Yedras, Vidmines, Lirios, Açucenas, Mosqueta, Alely, Rosa, Flor de Sahuco, Retama, Naranjo, Lagariosalita, que es el Clavel, y otras innumerables flores, de las quales fabrican las Abejas mucha y muy linda miel.
Gaspar Casal, en 1762, en su Historia Natural y Médica del Principado de Asturias, cita algunas de las plantas medicinales de la región deteniéndose con especial cuidado en el arfueyu o Visco Corylino (Viscum album), recogido por él en Proaza, al que juzgaba remedio eficaz contra la alferecía.
Posterior a Casal fue el candasín Benito Pérez Valdés, El Botánico, que fue boticario en Oviedo en los finales del siglo XVIII y primera mitad del XIX. Estudioso de la flora asturiana, a él se debe la invención de un preparado para tratar las úlceras atónicas, llamado Ungüento Grande y El ungüento del Botánico, a base de raspaduras de saúco, manteca, sebo virgen, tuétano de vaca y vino blanco, todo ello cocido en puchero de barro y filtrado; añadiéndole dos yemas de huevo batido, una cucharada de miel y otra de aguardiente.
Miguel Carlos Durieu, en 1835, herborizó en Asturias recopilando sus observaciones en Plantas recogidas en Asturias en el año de 1835, trabajo editado en París por Jacobo Gay, en 1836, con el título Duriaei iter asturicum botanicum.
Pascual Pastor y López, en 1853; Guillermo Schulz, en 1858; Quer, Gómez Ortega, Palau, Pérez Mínguez; y otros estudiosos del siglo XIX, no regatearon esfuerzos y dineros para investigar la flora de Asturias. Sus obras, continuadas después en el siglo XX, especialmente en las Topografías Médicas, han contribuido notablemente al conocimiento, propiedades y virtudes de la práctica totalidad de las plantas medicinales del Principado. Mas actuales, los trabajos de Mayor, M.; Díaz, T.; P. Laínz y otros muchos han dado ese toque final de ciencia, especialmente en lo que se refiere a taxonomía y bioquímica de nuestras plantas.