Los carápanos
Entre las muchas cosas que se están perdiendo en Asturias quizá sean los carápanos los frutos que más vertiginosamente se dirigen al olvido; tanto que muchas personas prácticamente desconocen esta fruta, antaño frecuentísima en los campos de la región.
¿Qué son los carápanos, o cadápanos, que también se llaman así?
Cualquier diccionario bable al uso define a este árbol como «níspero, arbolillo rosáceo, de tronco tortuoso y de ramas abiertas, hojas elípticas, flores blancas y por fruto la níspola».
El carapanal, o níspero común, Mespilus germanica, no debe confundirse con el que hoy se conoce como níspero en Asturias; éste es el llamado níspero del Japón, Eriobotrya japonica, y su procedencia es oriental; aquél es árbol de origen centroeuropeo, posiblemente alemán, y su cultivo se destinó más a planta ornamental que alimenticia.
Gaston Bonnier, en Les plantes des champs et des bois, obra escrita a comienzos de este siglo, dice que el níspero de Alemania «se encuentra alguna vez en los bosques», y en la Encyclopédie Larousse (Ed. de 1955) se cita como caso curioso el hecho de que en Bonvaux, cerca de Metz, existe un níspero injertado sobre un espino albar del que ciertas ramas son espinosas y fructifican dando níspolas exclusivamente, mientras que otras dan a la vez níspolas y frutos propios del espino. No deja de sorprender este caso, pues en Asturias se injertan los carapanales, precisamente, en tutores de espino (espinera).
Los carápanos debieron ser conocidos en España desde hace muchísimo tiempo. Cervantes pone en boca de uno de sus personajes esta frase: «ahí nos tendemos en mitad de un prado y nos hartamos de bellotas y de níspolas»; y Jerónimo Gómez de Huerta, el que fuera médico de Felipe IV y traductor de las obras de Plinio entre los años 1599 y 1629, enseña que «los nísperos y serbas se pueden contar con justa razón entre géneros de peras».
Theodorico Dorstenio, comentarista de Dioscórides en el siglo XVI, aconseja tomar los carápanos antes de las comidas porque así confortan el estómago, impiden el vómito por las vías superiores, inhiben la acción de los jugos molestos y mejoran los dolores de dientes («ante cibum sumpta MesPila vehementer dissolutum stomachum astringunt, ut Platina inquit, fluxus alui immodicos fortissime reprimunt, ob frigiditatem et siccitatem, dentium doloribus medentur»). Consta también que antiguamente se usaban los retoños nuevos del carapanal, las hojas, e incluso la corteza del árbol, para hacer gargarismos con su cocimiento.
Los carápanos, cuando inmaduros, ofrecen un gusto áspero e intensamente astringente; para que sean comestibles y agradables deben extenderse sobre paja o hierba durante cierto tiempo para que se inicie la descomposión que hará gustosa su carne, detalle que se aprecia en el cambio de coloración de su piel, que pasa del verde al pardusco. Ese es el momento en el que las sustancias tánicas que poseen se transforman en azúcares más sabrosos.
Estos frutos empiezan a estar en sazón durante los primeros días de noviembre. El refranero aconseja su recolección y su maduración en estos términos:
- Por San Lucas, la níspola despeluca; y por San Simón, la níspola ha su sazón.
- Pajas y tiempo maduran los niésporos.