La nostalgia de la sidra
La historia de Asturias corre pareja con el hecho de la emigración. Hay quienes atribuyen este hecho al propio carácter asturiano, siempre alegre, siempre abierto, siempre deseoso de aventura; otros, más realistas, fundamentan la causa en factores directamente vinculados con la economía regional.
Para Aramburu, según se desprende de su Monografía de Asturias, la emigración tiene su origen en «el exceso de población, la falta de ocupación y trabajo fructuoso, el ejemplo tentador de los inmigrantes afortunados y la falta de convivencia armónica»; circunstancias todas éstas reflejadas en copla satírica:
«En esta tierra infeliz
donde nace la avellana,
comen tortas de maíz,
beben vino de manzana
y usan zapatos de palo,
¡malo!, ¡malo!, ¡malo!, ¡malo!»
El destino del emigrante, casi siempre vinculado a la presencia anterior de algún familiar, era muy diverso. Según referencia de Fermín Canella en Cartafueyos d'Asturies
...en varios concejos del Oriente, con especialidad en Llanes, Peñamellera, Rivadedeva, Rivadesella, Cabrales; y Cudillero en Occidente, hay preferencia por los Estados de Méjico, donde algunos asturianos, capitalistas importantes, han acomodado a varios paisanos convecinos y éstos a otros parientes; del Occidente y, en general, de otros concejos del Centro, hay predilección por las Repúblicas Argentina, Uruguay, Chile y Perú, sin que tengamos noticia del Centro de América, Colombia y Paraguay».
Resulta extraño que Canella se olvidara de Cuba, isla receptora de gran parte de la emigración asturiana sobre todo a partir de mediadosfinales del siglo pasado.
Aún perduran en el recuerdo asturiano aquellos barcos portadores de emigrantes; navíos muchos de ellos construidos en los astilleros de La Linera, entre Castropol y Figueras, que hacían el servicio desde Ribadeo a la Argentina en la segunda mitad del siglo XIX. Barcos como el Eusebia, velero que en 1862 había dado la vuelta al mundo al mando del capitán Juan Casariego y que hacía el servicio entre Ribadesella y La Habana; cuéntase que en él trataban tan mal a los pasajeros que los riosellanos conspiraron para hundirlo en aguas de la barra tan pronto como llegase a puerto.
O como el bergantín Habana, que tardaba de Ribadesella a Cuba un mes si las condiciones de navegación eran favorables y hasta dos meses si había viento o temporal. Uno de sus pasajeros, Enrique Prieto, refiere la comida de a bordo:
«El rancho de patatas, arroz y fabes, abundante y sano; jueves y domingos, carne salada y vino, un vino que era un crisol por lo depurado y limpio. Lo menos lo pasaban por agua tres veces antes de servirlo».
Este mismo Prieto narra que en ese viaje, realizado en 1871, al mando del capitán Sergio Piñole, les pilló una gran tormenta cerca de Finisterre; pasado el peligro y coincidiendo con la Nochebuena, lo celebraron a bombo y platillos «dando buena cuenta de un barril de sidra y de una lata de chorizos que iban destinados a otros consumidores, allá en Cuba».
La labor, la entrega al trabajo del emigrante asturiano no se limitó a traer riqueza a Asturias; también allá, en su nueva patria, supo crear espíritu de asturianía entre sus paisanos. Unos con más dineros, otros con menos, acertaron a aglutinarse en núcleos de reunión, de fraterna convivencia, donde de un modo u otro siempre estuvieron presentes dos recuerdos imperecederos: la Santina de Covadonga y la sidra asturiana.
Muchos fueron los Centros Asturianos y las Casas Asturianas diseminados por pueblos y ciudades americanas. Y muchos también los asturianos que acertaron a convertirse en importadores, y a veces en propios elaboradores, de sidra por tierras de ultramar. Como escribió Elviro Martínez:
«Con su presencia en América, la sidra trepa por niveles de universalidad. Contribuyó, es cierto, la bondad del producto, pero no le faltó la ayuda y propaganda de nuestros paisanos diseminados por todos los rincones de allende el Atlántico».